Ensayo de la historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay.
Por el Dr. Don Gregorio Funes.
Buenos Aires, 1856, Tomo II, Páginas 150 a 152
"... Sin embargo, el pueblo de Buenos Aires bien conocía que estaba perdida esa dulce seguridad individual que goza el ciudadano bajo la protección de las leyes. No se engañó. La alma tímida y agitada de Bucareli, confundiendo con la vigilancia. las inquietudes odiosas sobre los pensamientos, dejó caer sobre el freno de las leyes la pesadez de su mano, y desterró de la ciudad sin forma de proceso á muchos vecinos honrados. Pero aún van más lejos sus violencias. El bando de 3 de julio de que hemos hablado, contenía entre otras cosas un mandamiento expreso, para que todo aquel que tuviese caudales pertenecientes á los jesuitas, los manifestase en el perentorio término de 3 días. Cierta intervención sobre los frutos de Misiones confiada por los expatriados á D. Miguel Tagle, lo ponía en la obligación de dar cumplimiento -á este mandato. Pero como Tagle era un vecino honrado, pacifico, y que siempre se había conducido por los principios de la mas estrecha moralidad, se aplaudió de una ocasión que debía dar mas crédito á su obediencia y buena fe. Anticipándose al emplazamiento, presentó al siguiente día del bando una cuenta del caudal que había corrido por sus manos. Cuando creía haberse ganado con su puntualidad el reconocimiento del gobierno, se vió improvisamente rodeado de dragones, mandados por el teniente de rey D. Diego de Salas; conducido as las doce del mismo día a la Real fortaleza y encerrado, en un calabozo oscuro con centinela de vista. La natural consternación que causó en Tagle un arresto tan estrepitoso y tumultario no desconcertó su compostura; capaz de la paciencia mas constante en los reveces, se consolaba en su infortunio sobre el testimonio de su conciencia; y sin ese demasiado temor, que algunas veces es indicio de culpa, esperaba verse en breve restituido al mismo estado <.le donde lo sacó una suerte caprichosa. Mientras que con esta esperanza hacia diversión a su pesar, se halló de nuevo sorprendido por uno de esos excesos á que puede abandonarse el despotismo más descarado. Era la una del mismo día cuando entrando á la prisión el escribano José Zenzano acompañado del capitán D. Joaquín Morote, le intimó á Tagle su sentencia de muerte. Morote cumplió por su parte la comisión que llevaba, remachándole un par de grillos y asegurándole los brazos. Tendido en el duro suelo, y sin mas consuelo que un padre espiritual, quedó el supuesto reo puesto en capilla. Deja entenderse la desesperación en que esta nueva inundó el alma de su virtuosa familia. Su imaginación asustada les pintaba con viveza todo el peligro, y rodeada la madre en cinta de sus pequeños hijos, no hallaban otro desahogo que el de mezclar sus lágrimas. En este estado de aflicción y congoja pasaron todos los tres días, que por costumbre se daban á los reos capitales. Pero no era esta familia la única á quien interesaba esta desgracia. Cada ciudadano se quejaba de un mal que tenía cerca de sí. Penetrado el obispo Diocesano de esta común consternación, interpuso sus ruegos y sus lágrimas para con Bucareli, quien no tanto por manifestarse sensible al grito de la razón y de la ley, cuanto por dar á conocer que era árbitro de vida y muerte, revocó Ia sentencia contra Tagle pocas horas antes de salir al suplicio. Reflexionando sobre este hecho singular en su especie, es preciso convenir que Bucareli estaba persuadido, que con el singular mérito de expulsar á los jesuitas y con el oro de sus despojos había comprado á un mismo tiempo el derecho del crimen y su impunidad. Aunque la corte tuvo en gran consideración sus servicios; con todo, no alcanzó el favor que gozaba, a indultarlo del atentado contra las leyes en la causa de Tagle. La queja que este introdujo en el consejo de Indias después de concluido su gobierno, hizo estremecer el edificio del tribunal. Apenas se hacia creíble un hecho en que se veían atropellados los principios mas obvios de la razón y todas esas formas legales, que haciéndole sentir al juez la dependencia de la ley, anuncian de un modo auténtico cuan preciosas le son la libertad y la vida del ciudadano. Pero convencido por las actuaciones formadas á pedimento de Tagle, echó de ver, no sin escándalo, hasta donde puede llegar en América el libertinaje de un juez que se cree sin ley, desde que á la distancia puede violarla impunemente. En desagravio, pues, de la autoridad real, cuya confianza se había prostituído á las pasiones; de la república, cuyo interés siempre está unido al de sus miembros; en fin del buen nombre de Tagle cuyo crédito exigía una pública reparación, mandó el consejo se expidiese una real cédula satisfactoria de este inocente perseguido...."